El diccionario de la Real Academia Española dice que el docente es una persona que “enseña”, la vida, en cambio, demuestra que ser docente es más que “enseñar” un concepto, un procedimiento o alguna destreza manual mediante sus responsabilidades cotidianas: preparar clases, llegar puntualmente al aula, exponer ideas, dar testimonio de algunas experiencias, corregir prácticas, explicar ejercicios, devolver exámenes, publicar calificaciones, escuchar y resolver reclamos, solucionar problemas…, el docente expresa, transmite y propone una manera de ser en el mundo. Se convierte en un modelo para los estudiantes.
Ser docente, además de un proyecto profesional bien definido, requiere madurez intelectual y emocional, una posición definida respecto de los problemas del entorno, sensibilidad para comprender las dificultades de los demás y, esencialmente, honestidad intelectual para definir fortalezas y debilidades propias. Más allá de las formalidades institucionales y de la competencia para enseñar soluciones a problemas profesionales, ser docente implica promover la búsqueda de la verdad, aun sabiendo que jamás es posible alcanzarla plenamente.
Los profesores, que ejercen hace años y que se dedican predominantemente a este oficio, saben que se aprende a ser docente todos los días, en cada clase, con cada grupo de estudiantes. Su trabajo no se reduce a las actividades del aula, deben actualizarse con la lectura de textos recientes, investigar temas de su especialidad por cuenta propia y preparar estrategias para facilitar el aprendizaje de los estudiantes; si no realizan estas actividades previas corren el riesgo de fracasar, pues su público es exigente y crítico, percibe cualquier equivocación y, aunque no lo exprese manifiestamente, puede incluso formarse en silencio.

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